La Ciencia Ficción

La AFI describe el género de ciencia ficción como "un género que une una premisa científica o tecnológica con la especulación imaginativa. Aún si hay un objeto volador flotando en el espacio o girando sobre una ciudad en un planeta distante, en la base de toda película de ciencia ficción hay la provocativa pregunta: ‘¿Qué pasaría si…?’ El género de ciencia ficción presenta historias y situaciones que tocan nuestras esperanzas más brillantes y miedos más oscuros acerca de lo que pudo, un día, ser verdad.”

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Frases célebres:

"Un sutil pensamiento erróneo puede dar lugar a una indagación fructífera que revela verdades de gran valor." Isaac Asimov.

"La Realidad es aquello que, incluso aunque dejes de creer en ello, sigue existinedo y no desaparece".
Philip K. Dick.

Entre Nosotros


Albert permanecía sentado en el parque Dahlholzli en Bern, Suiza. La luz caía fulminada entre los recovecos de las hojas del roble adulto que tenía enfrente. Cerró los ojos y respiró profundamente el oxígeno limpio que le ofrecía una naturaleza semi-virgen, al mismo tiempo que el cantar de los pájaros y los murmullos interiores le daban una perspectiva casi espiritual de la realidad. Albert podía escuchar los consejos sabios del árbol centenario, y se dejó embaucar por sus palabras. El viejo roble, arraigado a una condición estática toda su larga vida, le contó historias pasadas que habían condimentado su existencia, y que le habían convertido en lo que era entonces. Conocimientos más allá de la memoria humana.
Llegó la hora de comer, pues el sonido delatador de sus tripas le interrumpió de su estado óptimo de relajación. Buscó la dirección adecuada para salir del parque e ir a dar con una de las calles principales de la ciudad. Detectó de lejos una pastelería, no por el cartel, sino por el olor casi celestial que desprendía. Una vez dentro, divisó un hombre mayor, con un ojo tuerto y expresión seria, que estaba sentado detrás del mostrador.
-  Buenos días señor, ¿Qué le pongo?- Le preguntó con voz ronca el dependiente.
- Deme un poco de eso que huele tan bien, por favor.- Le respondió Albert. El dependiente frunció el ceño un instante y luego forzó una sonrisa de compromiso mientras le servía los croissants recién hechos.
- Disculpe, ¿qué significa tío raro?- Le preguntó Albert torciendo la cabeza hacia la derecha. El pastelero tensó la cara y abrió los ojos hasta casi desorbitarlos.
- ¿Per-perdone?- Preguntó tartamudeando.
- Eso es lo que ha dicho que soy, ¿no?- Respondió Albert recolocando su cabeza en verticalidad y soltando una larga sonrisa.
- No lo he dicho, lo he pensa… ¿de dónde ha salido?, ¿es usted forastero?-
- Algo así. Pero no tengo tiempo de contarle mis andanzas. Gracias por la comida, ¿le sirve uno de estos billetes?- le dijo sacándose un billete de cien francos.
- Cla-claro que sí. Espere, que le doy el cambio- Pero cuando el pastelero se giró para devolverle el cambio, Albert ya había salido de la tienda. Debía llegar a su punto de encuentro a las 16h. Así que sin conocer el lugar, tomó el rumbo que le dibujó su instinto. La calle estaba bastante transitada, el sol caía en toda su plenitud, pues tan solo eran las 12h y Albert ya estaba llegando a su destino. Había nieve helada concentrada en los laterales de las aceras, pues el invierno aún no había terminado. Albert observaba cada detalle con cautivada expresión en su rostro y con detallado análisis, como si buscara algo o descubriera por primera vez un lugar.  Una vez delante del punto de encuentro, y viendo que se trataba de una cafetería, decidió hacer tiempo llenando un poco más el estómago. Una joven camarera le miró fijamente al entrar. Quedó deleitada por la belleza misteriosa de Albert. Un cosquilleo reconfortante recorrió su espalda y fue rápidamente dentro de la cocina para informar a su compañera y amiga Anna.
- Anna, mira ese tío que acaba de entrar, es muy atractivo… ¿qué hago? ¿Qué le digo?- Le susurró sonrojada Mileva. Anna soltó una carcajada y la empujó hacia afuera de la cocina.
- De momento, pregúntale qué quiere tomar, es un buen principio.- Le dijo Anna guiñándole el ojo derecho al mismo tiempo que echaba un vistazo a la mesa de Albert.
Mileva pasó por delante de la nevera de refrescos para poderse ver reflejada en el cristal, se perfiló bien el pintalabios y repartió su pelo equitativamente a los dos lados de la cara.
- Buenas tardes, señor. ¿Qué quiere tomar? – Le preguntó Mileva con aparente seguridad.
-También usted es muy atractiva. ¿Cuándo le parece bien que podamos aparearnos?- Le dijo Albert utilizando un tono sensual y silencioso. Mileva se quedó blanca, miró rápidamente a su alrededor para ver si alguien había oído la invitación que acababan de hacerle, pero la gente seguía hablando y comiendo como si nada.
- ¿Disculpe? Creo que la imaginación me ha jugado una mala pasada. ¿Qué me ha dicho?- Le respondió Mileva colocándose el pelo detrás de la oreja, dejando al descubierto el color rojizo de su vergüenza.
- Tráigame un café, por favor.- Respondió Albert. Al notar una mala gestión de sus palabras, prefirió aplazar su proposición hasta que supiese cómo debía hacerla.
De repente, un obrero sentado al lado de la mesa de Albert, con algunos kilos de más y con un repugnante hedor a tacha y sudor, tocó el trasero de la camarera tras una risa mellada y depravada. Ella se giró y le dio un guantazo, pero él no dejaba de reírse desproporcionadamente, pues había conseguido su propósito, independientemente del castigo que ella pudiese imponerle. Albert alzó la vista, y se quedó mirando fijamente al obrero, no dijo nada pero sus pupilas se dilataron. Y entonces el obrero se fue corriendo al baño gritando y retorciéndose de dolor, agarrándose los genitales. Una mujer que estaba en la barra, empezó a reírse. El resto esperaba ansioso a que saliera del baño para ver la cara traspuesta del obrero. Al cabo de unos minutos, el obrero salió del baño mirando a los lados, cogió su chaqueta, dejo el dinero en la mesa y se fue corriendo del bar. Mileva se quedó perpleja, porque estaba pensando en darle una patada en la entrepierna al obrero justo cuando éste se retorció de dolor. Creyó por un instante en el castigo divino y se fue hacia la barra para servirle el café a Albert, con una expresión de triunfo en su cara. Al poco rato entró un hombre alto, con el pelo negro. Llevaba una gabardina larga y un sombrero oscuro, que hacía resaltar el color blanquecino de su piel. Parecía el típico que quiere pasar desapercibido pero no lo consigue. Ya eran las 16h. Se sentó delante de Albert y sin abrir la boca, empezaron a comunicarse.
- Hola Albert, ¿cómo ha ido tu primer día? ¿Llevas bien la adaptación?-
- Parece ser que sí, Thomas. Hoy he estado en un parque y he hablado con un árbol. He probado los croissants que, por cierto, nunca había comido algo tan sublime. También he conocido una hembra con la que podría aparearme, pero todavía no se cómo debo hacerlo. Por lo que se refiere a ellos, me parecen seres inofensivos, no creo que nos ataquen si les decimos que estamos aquí.- Respondió Albert sin mover sus labios.
- No confundas las apariencias, Albert. Tan solo has estado aquí un día. Puedo asegurarte que disponen de armas peligrosas y aunque podamos vencerles por tecnología, destruiríamos su planeta y nuestras leyes nos lo prohíben. Debemos esperar que superen su etapa violenta, a que lleguen al siguiente eslabón evolutivo. Nosotros también tuvimos que pasar por ello, sabes que durante esa etapa, no hubiéramos permitido la intrusión de una nueva raza alienígena en nuestro planeta.- Le aclaró Thomas, sabiendo que el miedo a lo desconocido y la reacción ofensiva son típicos a esa edad evolutiva.
- Entonces, ¿Cuál es mi misión?-
- Tu misión, al igual que la mía, es ayudarlos desde dentro para que evolucionen más rápido. El cuerpo que te hemos cedido es el de un físico, reconocido por su genialidad. Einstein, creo que se llamaba de apellido. De esta forma, no destacarás más de lo necesario por tu vasto conocimiento, sino por tu avanzada inteligencia. Necesitan avances tecnológicos, ya me entiendes.-
- Ya entiendo. Cuanto antes evolucionen, antes podremos presentar nuestra existencia. Ya no tendremos que esconder nuestra forma original. Podremos mantener relaciones sociales y comerciales. Por lo que he podido ver, no saben la relevancia que tiene su planeta.-
- Sí, pero ten cuidado con los conocimientos que les aportes, Albert. Sé prudente, pues quizá hay cosas para las que todavía no están preparados y acaben usando esa ventaja para finalidades contraproducentes.-
- No te preocupes, creo que ya es hora de que conozcan qué hay en su planeta y cómo deben usarlo. Es posible que tengan que sufrir para aprender qué les conviene, pero es un precio justo por la contraprestación que supone.- Le contesto Albert con una sonrisa sincera. Y entonces, empezaron a hablar.
- Buenas tardes Albert, ¿quiere tomar un café? Le invito yo.- Le propuso Thomas Edison.

RM.LL.A.